El yonqui del rock and roll

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Desde que en 1972 inició su carrera en solitario, Lou Reed siempre arrastró el apodo de yonqui del rock and roll, un nombre que le hacía justicia más allá de las drogas. El músico de Brooklyn supo ser una criatura diferente siempre, abriendo caminos con la Velvet Underground a la sinceridad del rock y terminando su carrera casi proclamando el spoken word como un nuevo género musical, no sin antes saltar por el hip hop fusionado con el rock herencia directa de los Beastie Boys, y que tomó forma en aquel mítico New York. Hasta él, el pop no había perdido la inocencia. Sus canciones descarnadas, naturales, como desnudas instantáneas de marginalidad neoyorquina siempre sonando a madrugada de cuelgue, consiguieron que el realismo llegara al rock. Después ya nada volvió a ser lo mismo.  

Hijo de una abogada de Long Island (Nueva York) creció entre colegios caros, clases de piano y visitas al psiquiatra. A sus 15 años grabó un single con los Shades. Cuando llegó a la Universidad de Syracusa ya era un chico culto. Allí intercambió versiones de rythm and blus con Sterling Morrison con quien acabaría fundando la Velvet. Antes, Reed graba varios singles en el sello Pickwick bajo nombres como Beachnuts, Roghnecks o los Primitives. Era 1964. Justo grabando con los Primitives conoce a John Cale, un músico galés becado para estudiar teoría contemporánea con el compositor Xenakis, y enrolado en la entidad experimental The Dream Syndicate.

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Cale era un vesánico activista de la improvisación en cuyo camino se cruzó un rockero que entendía el género como poesía urbana. Dos genios complemenetarios de cuya colisión surge una idea esquizoide. A ellos se les une Sterling Morrison y Maureen Tucker que reemplaza al fugaz primer batería, Angus McLise, que se va del grupo horrorizado porque empiezan a cobrar por los bolos. Es 1965, ha nacido Warlocks, Falling Spikes, y por fin, Velvet Underground, nombre tomado de un libro porno más bien regulero.

Entonces llega Andy Warhol, musa de la modernidad y atento al resurgimiendo del rock. Él los ve actuar, los rescata y se los lleva a su Factoría. Andy hace un ajuste polémico: impone a Nico, una modelo alemana que ha rodado alguna película con Fellini, anunciado el Brandy Terry en España y ha grabado un single, eso sí, bajo al producción de Jimmy Page. Reed en principio no está de acuerdo, pero se equivoca, la voz angulosa de Nico le añade una melancolía a las canciones sublime. La Velvet graba en Los Ángeles su primer disco, el del plátano. No tienen suerte y deben esperar un año a que vea la luz. Una vez en la calle no tiene ningún éxito. El ángel de Warhol, que figura en el disco como productor ejecutivo a pesar de que pasó por allí para saludar y poco más, no funciona desmintiendo todos los mitos en torno al artista y la banda. De común acuerdo rompen y graban en 24 horas y en condiciones muy precarias White light/ White heathaciendo referencia a los efectos del ácido y la heroína. Un disco turbulento, de cortantes aristas, que narra las feroces tensiones entre Cale y Reed que acabarán con la expulsión del grupo del primero. Poco después Reed también abandona el barco dejando atrás un legado inigualable.

Desde entonces, Reed siempre ha sido un yonqui tratando de reinventarse permanentemente, de estar haciendo equilibrio en el abismo sin estarlo. Con los años acabó convertido en un conspicuo cronista de las miserias de la gran ciudad, escueto poeta de la fragilidad de los sentimiento. Siempre fue decadente y sálvaje, ángel de la muerte y estrella de lujoso terciopelo, ambiguo, provocador, visceral y melancólico. En sus últimos años estuvo más cerca de ver una película en 3D en el mullido sofá de su apartamento del East Village que de morir de sobredosis. A pesar de eso siempre será el yonqui del rock and roll.

2 COMENTARIOS

  1. Información Bitacoras.com

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