Viajar es huir, marchar dejando jirones de nosotros en el lugar de origen. El viaje es un escape. En verano, por ejemplo, más que marcharnos de vacaciones huimos de la rutina, de nuestra realidad cotidiana. ¿Quién no ha oído esa manida fórmula periodística de «éxodo veraniego»? ¿Y qué es un viaje sino un continuo escape de la normalidad, de lo común, de lo trillado, de lo vulgar? Siguiendo esta tesis, soy defensor del viaje con fecha de vuelta, con retorno. Ulises regresa a Ítaca 20 años después y con la ayuda de Atenea, lo de Phileas Fogg está cronometrado, y *SPOILER* hasta Marco encuentra a su madre, poniendo fin en Tucumán a su largo viaje por el mundo de los Apeninos a los Andes.
Entiendo que todo viaje debe tener fin para ser viaje en sí mismo, si no se convierte en modo de vida y como tal en normalidad, en disciplina, en obligación. Mientras estamos en el destierro de nuestro día a día nos abandonamos a los placeres que el régimen dictatorial de las obligaciones nos niega. Viviendo bajo el yugo de estas condiciones y desde el escasa libertad que me da el estar encadenado a una hipoteca y no poder escapar durante el mes de agosto, me castigo pensando en 5 lugares a los que me iría ahora mismo para pasar en ellos lo que queda de verano, haciendo un ejercicio de masoquismo digno de Rihanna (sarna con gusto no pica). Por supuesto no están las Barbados, porque son lugares en los que mi estancia tendría fecha de caducidad, en los que no me gustaría vivir pero sí pasar una temporada, por ejemplo lo que resta de verano. Son sitios en los que ya he estado y en los que he conseguido romper la monotonía de una manera tan efectiva que han quedado grabados en mi memoria. Como un Richard Kimble cualquiera, pero con menos estrés, a ellos me gustaría fugarme.
Villareal de Olivenza (Extremadura).- Esta aldea de 30 habitantes, contando las gallinas y los perros, fue la que vio alumbrar a parte de mi familia. Aunque mi madre lo niegue ella también nació allí así como sus hermanos y gran parte de sus familiares más allegados. Una calle de un par de decenas de metros de longitud y de la que salen como brazos algunas travesías enanas son todo el planeamiento urbanístico de este encanto a orillas del Guadiana. Pasé varios veranos de mi vida en Villarreal, una aldea de Olivenza donde me sucedían cosas que solo pasan en julio y agosto. No sé si influyó el hecho de que mi tío era el dueño del bar, lo cual significaba tener cocacolas y panchitos gratis. Villarreal fue mis barrens en It, sólo tenía que bajar una cuesta muy pronunciada y ya estaba junto al río. En unos pocos metros cuadrados de terreno rural se pintaban los paisajes de Maine en las páginas de Stephen King, emulaba las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn mientras pescaba con mi primo a orillas de mi Mississipi particular, o la película de Cuenta Conmigo mientras seguiamos la misteriosa aparición de un hombre de negro al otro lado del río, en Juromenha, adonde cruzábamos en barca. Pero se convertía en un pequeño Vietnam cuando luchábamos «los del pueblo contra los de la aldea» a pedradas sin que ni siquiera supiésemos qué era eso de la Intifada. En fin, creo que sentimentalismos aparte Villarreal es una de las grandes desconocidas de la comarca de Olivenza y de Extremadura. Nunca me he sentido más rural ni he estado más orgulloso de haberme criado en un pueblo que en plena canícula aldeana. No hay nada, lo que la hace precisamente interesante. Si pasáis por allí, parad un rato y comeos una buena carpa asada. Mientras la degustéis recordad que tras los juncos que hacen de arcén en la carretera alguna noche de verano me refugié de mí mismo.
La noche de Granada (Andalucía.- Lorca, Lori Meyers, Lagartija Nick, Miguel Ríos, Enrique Morente, Los Evangelistas, 091….todos ellos son Granada, donde la noche comienza a la 1 de la madrugada. Me lo dijo un día el Pellis, un amigo granaíno hasta la médula (era ceñudo, fan de Los Planetas y bastante agarrado en el tema monetario). Estoy seguro de que es una tradición árabe, como la de sentarse en la puerta de los bares o el flamenco. Siempre hay una excusa para refugiarse en el barrio del Albaicín pero ahora que Eric el batería de Los Planetas y anteriormente de Lagartija Nick y últimamente se le ve con Los Evangelistas, ha abierto un nuevo bar en la capital del alterne, más todavía. Si teníamos poco con el Bohemia Jazz Café y su abigarrado ambiente, a pesar de la ley antitabaco, y con peregrinar por La Percha o el Amsterdam, resulta que ahora también se suma el bar de Eric/museo que así se llama). Tiene todo lo que un mitómano músical busca: numerosa memorabilia, fotos de músicos (damos gracias que no sean las típicas fotos de postureo junto al famoso de turno que nos mira con mala cara), tapas ricas, mucha cerveza, y poca cola en los aseos. «Yo me dedicaba a cerrar bares, así que ya era hora de que abriera alguno». Eric en estado puro. Y como es preceptivo acabaré en la plaza Joe Strummer del Realejo, con una guitarra previamente comprada en los chinos para ser destrozada después de tocar Redemption Song y rezar Johnny Cash que estás en los cielos.
-Hondarribia.- Cuando yo la conocí se llamaba Fuenterrabía y en San Sebastián se comía bien pero todavía los cocineros no se habían convertido en reinonas. Fue el verano del 90, mi paso del 3º de BUP a COU. Fue un verano espectacular, 3 meses en Irún en la casa de mis tíos junto a la fábrica de chocolates de ElGorriaga. Cada tarde recogíamos las tabletas sobrantes que los operarios dejaban en la basura. Estábamos a 500 metros de la frontera con Francia y en la radio sonaba el disco «Look Sharp!» de Roxette del cuál un extraño crítico llegó a decir que contenía lo mejor de cada estilo. Yo prefería a Negu Gorriak y su disco homónimo, el flamante grupo de Fermín Muguruza que además también era vecino de Irún. Llegué hasta a aprenderme el estribillo de una de sus canciones en euskera, Radio Rahim, todavía lo recuerdo. Las mañanas en casa, a mi primo Andoni le habían quedado todas las asignaturas de 1º de Derecho, pero las tardes las pasábamos en Fuenterrabía, viendo a las chicas guapas desfilar por las terrazas de verano. Digo que sólo viendo porque ni nuestro presupuesto ni nuestros rostros nos daban para más. Recuerdo la playa como un espacio de libertad enfrentado a sus laberínticas y abigarradas calles, sus humildes pescadores, los vascos vacilones y un Carrefour que todavía por entonces eran una rareza en el resto del país. Y resonando en aquel Ford Fiesta Negro, Roxette y Negu Gorriak, en una cinta de 90, como un desafío a la luz que desprendía aquel pueblo que miraba al mar.
Tenerife.-Es lo más cerca que los íberos podemos estar de las paradisíacas costas de centroamérica o del sudeste asiático. Los que ven esta isla como un recurso barato a la posibilidad de cruzar el charco se equivocan, Tenerife tiene mucha mayor calidad, mejores prácticas y sigue siendo muy auténtica. Aunque la época típica es el verano, cualquier momento es bueno para coger el avión y plantarse en Tenerife a dejar nuestra huella en sus playas de arena negra. Pero el estío es el mejor momento para hacer nuestro Verano Azul con acento canario, para pasear días eternos por sus doradas, negras y piconeras playas, para evocar Memorias de África en las faldas del Teide y para disfrutar noches frescas en El Hombre Bala, heredero del mítico Honky Tonk. Con todo esto, no es extraño que Amaro Pargo decidiera colgar el sable y la pata de palo al divisar y catar sus costas. Tenerife’s on my mind.
Terracitas en Madrid: Hubo un tiempo en que fui un señorito. Bueno, no lo fui pero me sentí como si lo fuera. Entonces frecuentaba las terracitas de Madrid, sobre todo las que había en Atocha cuando la estación de tren era un sin fin de locales nocturnos a los que había que ir. Dicen que todo te forja en la vida, pues bien a mí aquellos años me ampliaron la capacidad de engullir copas y mi talento para entablar conversaciones con desconocidos. Tanto que una vez acabé en La Bodega, un templo nazi de Henares. También estaban aquellas terrazas de Olavide para un domingo cualquiera, algunas de las cuales todavía frecuento cuando paso por la capi. Pero los tiempos evolucionan y ahora me gustaría estar en la de La Casa Encendida, donde te tomas un rebujito y estás viendo a La Mala Rodríguez sin chandal, en la del Café del Jardín, del Museo del Romanticismo leyendo a Byron sin miedo a que te miren con cara rara, y pasarme por El Viajero y comprobar desde su terraza como ha cambiado La Latina de la que yo salté en marcha con un gesto tan poco marinero como el de Lord Jim.
Para mí acabaron las vacaciones, veo desfilar a mis compañeros con envidia y me conformo leyendo y recordando mis andanzas.
Buena elección y cercana.
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