Tozeur, ladrillo y agua en mitad del desierto

Ouled el Hadef, Tozeur oasis en túnez
Ouled el Hadef, sus intrincadas callejuelas y la geometría de sus ladrillos

Tengo un regomello desde que llegué de Túnez que me viene y me va como un elástico al ritmo de «al pasar la barca me dijo el barquero…». Durante una semana hemos estado recorriendo el país de norte a sur y de este a oeste buscando los escenarios de cine que cautivaron a directores como George Lucas, los Monty Python o Jean Jacques Annaud. Hemos atravesado carreteras que cruzan desiertos, nos hemos bañado en un mar de sal, he añadido el brik a mi dieta mediterránea, me he endulzado los labios con el vino Magon, he tomado café en bares no vedados a las mujeres pero en los que sólo entran hombres, hemos charlado con tunecinos y nos han sonreído sin pedir nada a cambio. Muchas vivencias que se mezclan con la arena en los bolsillos o la sal del mediterráneo en el pelo. Pero hay una pequeña ciudad en todo el recorrido que me ha enamorado como una quinceañera al salir del instituto. Que sin buscarla ni esperarla apareció en mitad del desierto, junto a un oasis y no era un espejismo.

El caso es que durante algunos días sirvió de base a nuestra expedición. Nos alojábamos en el Ras El Ain, un lujoso hotel de bungalows con piscina y un cordero para chuparse los dedos. Pero las interminables excursiones buscando localizaciones cinematográficas nos impedía llegar a buena hora para dar un paseo por aquella urbe que escondía un tesoro que ni siquiera podíamos imaginar. Tozeur es el único lugar de la zona donde aterrizan aviones. Eso hace que sea una ciudad relativamente moderna. Tiene 22.000 habitantes y una sofisticada zona turística, mercados abiertos, cafés y un centro histórico populoso y siempre bullicioso. En poco más de una hora llegas a Argelia tras bordear las estribaciones del Sahara por la P3 que cruza la ciudad sagrada del sufismo, Nefta. Un bello viaje por carretera a través de una paleta ocre que se torna verde cuando las palmeras hacen su aparición en forma de oasis. Más de medio millón jalonan esta zona. Espectaculares datileras regadas por manantiales cuyas aguas distribuye un moderno sistema de canales de riego.

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Los mejores dátiles son los Reglat Nout y se producen en esta región de Túnez

El palmeral de Tozeur está perfectamente parcelado. Nada es comunal aquí. Varias familias se reparten las 300 parcelas separadas por muros de ladrillos o filas de apiñados higos chumbos. Se cree que la palabra oasis deriva de la antigua palabra egipcia wah, que significa «lugar fértil en el desierto». Dicen los tunecinos que “las palmeras datileras tienen sus pies en el agua y la cabeza en el sol”. Y lo dicen porque las palmeras necesitan inevitablemente agua y calor. Una ironía del desierto es que bajo su vasta superficie reseca hay enormes reservas de agua que de vez en cuando burbujea en manantiales. Si a menudo se compara el Sahara con un océano de arena, los oasis deberían ser puertos en ese mismo mar. Centros de cultura y comercio para sus habitantes y lugar de acampada para los nómadas que cruzan las áridas tierras y que todavía en Túnez se cuentan por miles.

Pero la auténtica belleza de Tozeur radica en su casco antiguo. Un lugar con una riqueza cultural única que como un objeto olvidado en el desierto y engullido por la arena, va desapareciendo poco a poco. Ouled el Hadef es un laberinto medieval de pasadizos abovedados de doble arco, puertas de madera de metro y medio de ancho, cielo azul y patios abiertos.  Alberga edificios de color arena cubiertos de intrincados ladrillos con dos tonalidades. Las incrustaciones en las paredes crean patrones geométricos de ladrillos que sobresalen proyectando sombras que cambian según la posición del sol. Los motivos que forman repiten los dibujos de las alfombras y tienen origen bereber, descendientes de beduinos árabes, negros traficantes y esclavos sudaneses.

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La entrada a Ouled el Hadef, el casco antiguo de Tozeur.

El casco antiguo es casi enteramente residencial. Sólo algunas tiendas de recuerdos y antigüedades rompen los patrones de los cerrados muros amarillentos. Las mezquitas de azulejos verdes están cerradas a los no musulmanes, lo que significa que el viajero debe fisgar para ver qué se esconde detrás de esas gruesas puertas tachonadas. Pero las mujeres bereberes a menudo invitan a los transeúntes a sus patios ofreciendo vasos diminutos de té a la menta. A la vuelta de una esquina varios albañiles trabajan en la rehabilitación de una dar. Pertenece a una familia barcelonesa, tiene piscina, luz a raudales y dos salones abiertos a un patio interior que preside el retrato al óleo de un antiguo Pachá. Debe ser que ellos también supieron ver la magia y el encanto envolvente de esta ciudad, hecha a base de ladrillo y agua, de desierto y sol.

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