Sé que en este blog prestamos poca atención a la gastronomía., lo sé. Pero si os soy sincero, no me flagelo por ello. De vez en cuando, sí que he pensado en dejar aquí reflejada alguna experiencia culinaria por el mundo pero el caso es que a mí el comer, como que no me atrae demasiado. Antes preferiría hablar o escribir sobre bebida. Si podría tener cabida en el blog una sección tipo la que tiene elPachinko sobre las cervezas del mundo, pero también os digo que hay que ser demasiado metódico para ello y mi educación pragmática no me lo permite. Lo que quiero decir es que sí podría deleitarme describiendo y saboreando una cerveza u otras bebidas, pero meterme en los fogones me iba a costar bastante más. Soy de los que comen porque es necesario para sobrevivir, no porque me guste o disfrute con ello. Bueno, claro que disfruto si me como una langosta, una buena paella, unas croquetas deliciosas o una jugosa parrillada de verduras, pero no alcanzo los niveles de placer de un amante de la comida. En mi familia siempre me dicen que como demasiado deprisa. La verdad es que para mí es un trámite y los trámites hay que quitárselos de en medio cuanto antes. Y las sobremesas…me suelen aburrir. 3 horas en una mesa charlando sobre lo divino y lo humano…
El caso es que hoy sí quiero hablar comida y turismo. Y es que hay destinos que van directamente ligados a un producto: Sicilia y el vino, Suiza y el chocolate, Valencia y la paella, etc. Es lo interesante de viajar…resulta que conoces estos lugares porque están intimamente relacionados con un producto concreto y, cuando llegas allí, después de cerciorarte de que el manjar era como lo habías imaginado, descubres en ese lugar infinidad de tesoros escondidos casi tan atractivos o más que el alimento que le ha dado la fama. En la mayoría de los casos el «guiso» ha puesto el lugar en el mapa y ha contribuido no sólo a incrementar su desarrollo económico via exportación sino también a través del fomento del turismo. Bueno, una llevó a la otra porque cuando el turismo no existía, los comerciantes eran los que se encargaban de ir transmitiendo las bondades que iban conociendo en sus viajes.
Un trayecto que hoy tiene parada en el Jerte. Allí siempre hubo cereza, al menos desde que estuvieron por su valle los árabes. Ellos supieron que aquél era el mejor lugar del mundo para plantar esa atractiva fruta. El rio Jerte le proporciona la humedad justa para que el clima favorezca el crecimiento de un manjar de primerísima calidad. El Valle se compone de 11 pueblos, a cada cual más típico, y despliega su encanto durante todo el año. Los bancales que lo conforman inundan las laderas donde crecen las cerezas, su posición al sol o a la sombra influirá en el crecimiento de la fruta. Recorrer el valle en primavera es una de las experiencias más originales y enriquecedoras que se pueden disfrutar en España. Las montañas se visten de blanco en pleno mes de mayo, un blanco colorido y florista del que nacerá meses después la cereza. Y entre todas, la delicatessen de las cerezas: la picota. Seguramente alguna vez en la frutería le han entrado dudas: «¿Qué quiere usted picota o cereza?. ¿Pero no es lo mismo?» Sí, pero no. La picota es la cereza refinada y exquisita. Es una variedad que se distingue del resto sobre todo por su pulpa cruciente y sabrosa. A la hora de escoger, ten en cuenta que es la no tiene el rabillo.
Su sabor y la sensación que deja en la boca son indescriptibles, casi tan inabarcables como sus beneficios probados científicamente. Tiene propiedades depurativas; ayuda a eliminar toxinas y líquidos; limpia el organismo; mantiene la piel sana; reduce los niveles de ácido úrico. Además es alcalinizante, por lo que está recomendada en la dieta de las personas con artritis y reuma.
Y por si fuera poco, la cereza tiene el extraño poder de unir culturas y tierras tan distantes como Extremadura y Japón. El árbol del cerezo ha moldeado la cultura nipona, la flor es para ellos el ideal de una vida pura. Hay una leyenda japonesa que cuenta que siempre que salía un samurai rumbo a la batalla, en la puerta de su casa se sembraba un árbol de cerezo en su honor. Si el soldado moría, sus esposas se sacrificaban a la sombra del cerezo provocando con su sangre que sus flores se fueran tornando rosas. Más cierto es que durante la Segunda Guerra Mundial los pilotos japoneses pintaban Sakuras en los aviones al saber que iban en una misión suicida; al mismo tiempo el gobierno estimulaba la idea de que el alma de los guerreros caídos se reencarnaba en los cerezos. También los serbios hablan de los cerezos como los árboles alrededor de los cuales bailan las Wildas, hadas que habitan en las montañas.
En cualquier caso, algunos inventan tradiciones, leyendas e historias alrededor del cerezo mientras que otros, los habitantes del valle del Jerte se empeñan en sacarle todo el jugo. Ahora podemos encontrar desde licor, aguardiente o mermelada de cereza.Un millón de árboles, trabajo e imaginación dan para mucho. Incluso para estar siempre de moda: el final del verano nos muestra gamas de verde oscuro a la espera de que llegue octubre y, sobre todo, noviembre para obsequiarnos con un nuevo espectáculo de cerezos cubiertos de hojas rojas, naranjas y amarillas. Eso sí, aunque de similar belleza no es tan conocida como la floración durante los meses de marzo, abril y mayo. Y es que ya lo decían los japoneses:
” Que pudiéramos morir,
como en primavera
las flores del cerezo:
puras y brillantes”
Para más información D.O. Cereza del Jerte