Hace unos cuantos años dije se acabó. Antes, cuando viajaba sola, sólo se lo decía a mi madre y a mi hermana. Y a veces, ni eso. Mis amigos, unos viajaban en pareja y otros quedaban para hacerlo juntos. Me sumaba siempre que podía compaginarlo con el trabajo. Pero otras veces, bastantes, viajaba sola. Me gustaba mucho. Cuando nos juntábamos en el pueblo en verano, en Navidades o en Semana Santa, si surgía la conversación, lo primero que me preguntaban cuando les describía, emocionada, mis aventuras por algún lugar era ¿con quién has ido? ¿te has ido tú sola? ¿estás bien? ¿no tenías a nadie que te acompañara? Mis intentos por explicar mi elección eran en vano. Así que dejé de hacerlo. En casa, mi madre sabía que iba a viajar poco antes de marchar. O, incluso, el mismo día. Luego ella se lo decía a mi padre porque, si algunos amigos no lo entendían, mi padre menos. La respuesta era siempre la misma. «¿Dónde vas a estar mejor que en el pueblo esos días? Si, además, he visto a la madre de tu amigo Rubén y me ha dicho que venía también esta semana», me decía mi madre para convencerme. O «¿por qué no aprovechas mejor para descansar?» A pesar de infinitos intentos para hacerme desistir de mis planes, provocaba el efecto contrario, que tuviera más ganas de viajar y viajar sola.
Si eres mujer parece que tienes que seguir unas normas o reglas a lo largo de tu vida. A lo que me opongo rotundamente. En esta vida estamos de paso y hay que intentar hacer lo que a uno le gusta. Siempre. No entiendo porqué a veces puede resultar tan difícil comprender que viajar sola es una de las mejores aventuras que podemos experimentar. Para aprender, para conocernos mejor a nosotros mismos, para disfrutar. Viajando, siempre, con precaución, cuidado y respeto, vayamos donde vayamos. Sola o solo no es sinónimo de malo, ni tristeza, ni pena ni nada por el estilo. Es todo lo contrario. Una manera de dedicarte tiempo a tí, de hacer lo que te gusta, de aprender y de convivir contigo mismo y con los demás. Esa era la filosofía de vida de una increíble mujer y ejemplo a seguir, la belga Alexandra David-Néel. Julio Verne y «sus historias» tuvieron la culpa de que con 15 años, en año 1883, ella se fuera sola a Londres. Dos años después a Suiza. A principios de 1900, a la India. Así transcurrió el resto de vida esta incansable nómada hasta que murió, ni más ni menos, a los 100 años.
Viajar sola tiene sus ventajas. Muchas. Cierto es que a veces no todo es un camino de rosas. Por ejemplo, si tienes la regla y encima es dolorosa te puede resultar complicado encontrar un baño o, directamente imposible, dependiendo del lugar en el que estés. Pero la satisfacción de viajar sola alivia cualquier contratiempo y te lo dice alguien a la que cada mes es como si le pasara un camión por encima. No se me olvidará el día que pisé Macchu Picchu, antes de regresar a España tras cooperar en el Alto Trujillo en el norte del país. Primero (y lo más importante) por lo impactante que fue pisar la ciudad inca y segundo, por la que tuve que armar para conseguir algún apaño y solucionar la llegada inesperada de mi apreciada «amiga». Estaba haciendo cola del bus a las cuatro de la mañana en Aguas Calientes para subir a la maravilla natural y … ¡bandera roja! No tocaba por esas fechas ni por asomo pero las cosas pasan y no llevaba encima el neceser, claro. Preguntando a unas y a otras mujeres conseguí poner remedio y problema resuelto. Tres cuartos de lo mismo me pasó durante el recorrido por Chebika, el oasis tunecino y otros lugares. Pero de todo se sale.
Pero el inquilino comunista no hizo que se disipara ni una sola de las sensaciones que experimenté en aquellos lugares. Lo que sentí en el Macchu Picchu, en medio de la nada, a miles de kilómetros de mis seres queridos, fue indescriptible. Ver cómo amanece desde la ladera del Huayna Pichhu es una experiencia que se queda grabada para toda la vida. Se me fueron todos los males rápidamente, a lo que también contribuyó la hospitalidad y ayuda que recibí. La gente se vuelca. Es amable, te intenta facilitar el viaje. Eso es lo más importante para mí. Conocer a los lugareños, hablar con ellos, que me cuenten sus tradiciones, sus culturas, su día a día. Me da igual ver menos museos, monumentos o hacer menos fotos si es por compartir experiencias con ellos.
También procuro ser precavida. Pero igual que lo soy si me fuera a Barcelona, Sevilla o Gijón. Intento no «recogerme» tarde, observar con mucha más atención lo que me rodea. Surge, creo, de manera instintiva porque cuando viajo acompañada si voy hablando, por ejemplo, estoy metida de lleno en la conversación y no presto tanta atención a lo que hay a mi alrededor. Antes de viajar, suelo leer guías, artículos, cualquier información que me ayude a conocer el lugar al que voy a ir. Y eso también se traduce en seguridad. No porque no la tenga, si no porque te da más aún.
¿Y el placer de viajar sola y tener tiempo para casi todo? Para leer, para perderte por las calles de algún pueblo, para pararte dos o tres horas a hacer las fotos que quieres o quedarte toda la tarde con los vecinos de un barrio que están celebrando las fiestas locales. Puedes comer en el sitio que te apetezca, sin tener que adaptarte a nadie, y a la hora que quieras. Te vas a dormir cuanto se tercie y te levantas a tu ritmo. Puede que eches de menos a los tuyos. Es lo más lógico. Pero eso es bueno, tenemos sentimientos y ¡estamos vivos!
La vida es un viaje que no debes dejar escapar. Disfruta y aprende de la experiencia de hacerlo sola. Ilustración de David Doran.Ahora, a la vuelta de los viajes mis amigas me preguntan ¿qué tal te lo has pasado? Algunas siguen teniendo sus reticencias sobre lo de viajar sola. «Yo no sería capaz», «no quiero irme de vacaciones y estar sola», «yo prefiero viajar con mi marido», suelo escuchar más de una vez. Lo de irte con el marido o con amigos me parece genial. Pero no eres un bicho raro si coges unos días el petate para ir al sitio que deseas conocer en vez de pensar, ¿qué dirán? ¿cómo voy a irme sola? Haz lo que apetezca, lo que tú quieras. No renuncies a lo que te gusta por miedos. Eso te paraliza y no sirve de nada. Confía en tí. Piensa en tí. Y cumple tus sueños. Serás más feliz y te sentirás libre.
Bendiciones.
A mi me gusta viajar aunque la verdad no me animo a hacerlo sola.
Saludos.