Somos recuerdo. Ruas e Aldeias de Olivença

Berlín, patio de vecinos,
Mi Berlin: bicicletas en un desvencijado patio de vecinos.

¿Dónde se contiene la esencia del recuerdo? ¿Quién la custodia? Son dos de las preguntas que lanza José Antonio González Carrillo en su nuevo libro «Ruas e Aldeias de Olivença-Egocídio». Como siempre, sus textos y fotografías invitan a la reflexión, a mirar hacia dentro, a procurar que reine el silencio en un mundo de prisas y locura colectiva, de generalidades. Sé que las cuestiones son retóricas, o al menos son un ejercicio de búsqueda personal, pero quizá por eso no me resisto a intentar responderlas.

Un olor, una canción o el sonido de un eco en el tiempo, todo ello nos transporta a un rincón escondido de nuestra memoria que, como las cosas que perdemos, aparece cuando menos lo esperamos. No es bueno vivir permanentemente en el recuerdo, sin embargo, es aconsejable regresar a él cuando es necesario. Yo suelo hacerlo algunas noches de verano cuando oigo las voces de los muchachos que, en forma de susurro, penetran en mi dormitorio desde el Paseo. Ese recuerdo, esa presencia, acude a mi en forma de bocanadas de aliento congelado si recuerdo un paseo por Berna en diciembre. Y se vuelve un intenso olor a carne quemada si oigo pronunciar la palabra Varanasi.

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Detalle del libro «Ruas e Aldeias de Olivença» de José Antonio González Carrillo

Cada vivencia se filtra por el tamiz de las sensaciones reduciendo el conjunto a un pellizco en la conciencia. Berlín es la Puerta de Brandenburgo y un pedazo de Muro. Pero para mí, y sólo para mí, son las bicicletas apostadas en los porches de los patios. En cualquier folleto de Túnez te mostrarán el desierto, la playa y el azul de Sidi Bou Said. Pero no incluirá mi Túnez: el crujir de un brik al primer bocado y la yema del huevo deslizándose por la comisura de la boca.

Un Si bemol, la sombra de un limonero, un tronco ajado, el vuelo de una falda, una ola que al instante es historia, el olor de un tugurio. ¿Dónde se contienen todos estos recuerdos? En nuestra experiencia, en nuestro bagaje, en lo que nos marcó y no desechamos porque sumó una vida más a la nuestra. En definitiva, en lo que nos hizo como somos: esa suma de momentos que como células invisibles llegan para quedarse sin que lo sepamos. Y aparecen cuando me miro al espejo, cuando huelo las páginas de aquel libro,  cuando pruebo la primera cucharada de cocido… Y también como le pasa a mi amigo Nono, cuando recorro las calles y las aldeas de Olivenza.

Este octavo libro que acaba de salir a la venta con una edición limitada de 100 ejemplares, es un trabajo introspectivo que, con el pretexto de las calles de Olivenza (Badajoz) y sus aldeas históricas, ahonda en el valor del recuerdo individual y de su permanencia frente a la memoria colectiva. Su valor estético y artístico es incuestionable, como todos los que factura, pero quizá aún tiene más valor su invitación a escarbar en nuestra propias sensaciones.

Los libros de José Antonio han tenido una amplia repercusión tanto en el panorama nacional como internacional, y han recibido diferentes galardones y reconocimientos por parte del sector y la crítica. Incansable, paralelamente al lanzamiento de esta nueva publicación, González Carrillo trabaja en la preparación de diversos proyectos. Entre sus publicaciones aparecen títulos como Oliventinos (2005), Saudade (2006), Olivenza oculta (2009), La herencia portuguesa en las cofradías de Olivenza (2010), Almas da Magdalena (2011), Cuando ya no estemos (2012) o Matriz (2013).

En «Ruas e Aldeias de Olivença-Egocídio», González Carrillo nos muestra los recuerdos que pueblan su vida, los que nutren su arte. Decía Sabina que «al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». Pero yo, como él, me resisto a hacerle caso.  Y cada invierno, mientras me siento en la chimenea del campo y el olor a café se mezcla con el de la leña ardiendo, me parece escuchar la voz de mi padre desde el porche anunciando lluvia.

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