El dieciocho de mayo de mil novecientos ochenta se materializó uno de los infrecuentes movimientos en el péndulo de la evolución creativa. El mundo se despertó con las rotativas anunciando a bombo y platillo el suicidio de Ian Curtis, atroz declamador bajo las roncas harmonías de unos veinteañeros entronizados como Joy Division.
El caldo de cultivo que testimonió los años previos a tan fatal desenlace se formó en un Manchester que antes de poder presumir de sonido, nos mostraba ásperos suburbios como Hurdsfield, defenestrados por una revolución industrial omnipresente, casi eterna.
Es sin duda esta ciudad quien le debe primeramente a Curtis la dimensión futurista que impregnó su imagen en himnos como Disorder, bajo los vasos comunicantes de una innovadora producción musical.
¿Virtuoso o malversador? Esta es la eterna pregunta.
Sin duda “genio y figura”. “Genio” a la altura de Verlaine, Espanca o Rimbaud, entre otros maldecidos que eligieron el camino de las letras. “Figura” puesto que su prominente humor negro lo esgrimía, por ejemplo, bajo inocentes risas sobre las taras mentales o físicas de los que rodeaban su hábitat.
El esbozo de su idiosincrasia es obra y gracia de su más que previsible epilepsia mal diagnosticada, el ímpetu de la fama que le rodeó, su fuerte dependencia emocional y las intensas dosis de culpa debido a su inminente divorcio. Todo ello incidió en la tormenta perfecta que voluntariamente le impulsó a decir adiós al mundo de los mortales.
Su desliz fue rentabilizado entre royalties que ascendían en progresión geométrica bajo la penitencia de los figurantes implicados en la involuntaria bacanal; desde su esposa Deborah con su particular visión de lo sucedido, pasando por el “amor invulnerable” de Annik Honoré, obligada a digerir su propia expiación junto al resto de componentes de la extática banda. Todos tuvieron que aprender a versionar en sus propios códigos Love Will Tear Us Apart y así limpiar conciencias, aunque la vida siempre sigue en el monasterio.
Algunos dicen que Ian Kevin Curtis podría haber frustrado su “solución final” y declinar la elección de la soga de “tenderete” que desencadenó su particular ceremonia de confusiones, bajo un permanente y precoz aburrimiento.
Afirman que hoy sería un auténtico genio plenamente consagrado a las experiencias de la vida y al negocio musical. Especulaciones vacías de contenido.
Por el contrario, gracias a la disposición de acabar con su vida, tuvo la oportunidad exclusiva de transmutar el pasado y el futuro en lo que a la genialidad se refiere, alterando la delgada línea de espacio-tiempo que hay entre los diferentes periodos artísticos. De esta manera consolidó su particular “affaire” permeable en lo estético.
La grandeza de su “cuántica” existencia transmuta constantemente e influye en artistas y pensadores de todas las épocas, como Francisco de Zurbarán, Carlos Gustavo Jung, Walter Ruttmann o Jürgen Teller.
La parábola de vida de nuestro protagonista de marras no es producto del antojo recreado en la imitación del punk de los setenta o el resultado de un ensayo y error. Sus depresivas letras, el convulso baile proyectando inseguridad y agresividad al mismo tiempo, su perpetua afinidad con Zarathustra o la asfixiante atmósfera de su asíntota se iba transformando en lírico aviso a navegantes de lo que se barruntaba.
Black Celebration de Depeche Mode, Pornography de The Cure, Bad Moon Rising de Sonic Youth o el Masse Mensch Material de Rome -entre muchos más- tendrán siempre una impagable deuda con este subversivo visionario. Cummins, Bono o Hannett no serían lo que son sin la índole nostálgica que nos reveló Curtis en todo su legado.
Nada sería como es sin la permanente escala de grises que impregna su voz en sus cotizados vinilos. Tampoco sin el “delay” o la osadía gráfica de Peter Saville en la obra póstuma del grupo o en la archiconocida convulsión bajo las ondas del Neo-noir radiofónico de Unknown Pleasures.
Hasta las apuestas de temporada de las multinacionales del sector de la moda invierten hoy en día ingentes cantidades de dinero en el lanzamiento de sus colecciones “teenagers” bajo la patentada, como no, tipografía Closer.
Hace pocos años, se subastó la mesa en donde el poeta puso fin al periplo de sus vivencias, consiguiendo un valor superior a las ochocientas libras esterlinas. No faltó entonces quien se echó las manos a la cabeza tachando la gesta de macabra.
El que escribe, hubiera pagado el doble por recrearse en el aroma de la madera y el peculiar ambiente que envolvió aquellos tiempos que me educaron en la sensibilidad, cuando encallaba en las playas de mi inexperiencia.
Hoy, gracias a ti, quedo en tablas con la vida.
Bendiciones.
Ian Curtis fue una figura importante en la música pero sin duda necesitaba ayuda espiritual para superar algún dolor que guardaba muy dentro de sí. Les recomiendo unas escapadas a Uruguay.
Saludos.
Agradezco tu escrito lleno de emoción, honestidad y nostalgia.
Creo que transmite con precisión los altibajos que han hecho de Curtis el poeta y existencialista que amamos.