Hay lugares que se olvidan fácilmente, que no llegan a calar. Sitios que son tan insulsos que no dicen nada, no transmite ninguna sensación, pasan sin pena ni gloria. Sin embargo, como las personas, hay otros espacios que pueden llegar a adentrarse en lo más profundo de nuestro ser y acompañarnos el resto de nuestras vidas. Cuando aspiro con intensidad todavía puedo captar el olor a carne quemada en la ribera de Pashupatinath, aún siento el sofocante calor que trae el monzón del hirviente agosto en la India, y se me hielan los huesos cada vez que recuerdo unas navidades recorriendo la ciudad de Berna varios grados por debajo de 0 y sin ropa adecuada. Hoy sumo a esos recuerdos vividos Slieve League, el acantilado más alto de Europa. Lo descubrí en un viaje a Donegal y me impresionó ver el Atlántico desde más de 600 metros batirse con rudeza contra la roca enhiesta.
Llegar hasta allí no es fácil. Si conducimos desde Dublín, hay que atravesar Irlanda de este a oeste en una travesía que puede durar más de 4 horas. Paisajes cambiantes y fronteras atravesadas sin darnos cuenta nos acompañan mientras el terreno cada vez se va haciendo más abrupto y salvaje. El condado de Donegal es un gran campo de turba, salpicado de piedras que, como bien cuenta Jordi Busqué,parecen talladas con un guillame. Imagino al viento y al agua cepillando la piedra y labrando figuras en la roca. Formaciones caprichosas que tienen su máxima expresión en los acantilados de Sliab Liga (montañas grises), un conjunto de formaciones montañosas que ponen coto de manera brusca al océano Atlántico. Dramáticas vistas, bahías pintorescas y la cercanía de inhóspitas islas, todo al alcance.
Después del conveniente avituallamiento en Ti Linn, cogemos el camino serpenteante que accede a la parte más septentrional del acantilado. Fuera hace frío. El viento provoca que la lluvia nos golpee directamente la cara. Ahora mismo, azotados por las rachas de aire y agua somo frágiles varas a merced de la naturaleza. Podríamos haber dejado el coche abajo, en el primer parking, unos 2 kilómetros antes de llegar hasta esta especie de zona de recreo de carretera, pero el temporal nos hace desistir de subir andando. Así que, después de cerrar convenientemente la verja que protege del tránsito a las ovejas y viceversa, conducimos bordeando un precipicio algo más holgado que el de algunas otras montañas hasta el límite de acceso para los vehículos.
Hay poca gente, muy poca. Un grupo de 3 chicas, 2 mujeres de aspecto latino con un niño pequeño al que no le quito la vista cuando lo veo jugar en la barandilla que lo separa del abismo. De repente, aparece un ciclista que se detiene demasiado tiempo en los indicativos, como si hubiera llegado al fin del mundo y buscara una dirección por la que continuar. Las vistas son deslumbrantes, y eso que todavía no hemos llegado arriba del todo. Emprendemos camino al punto más alto del acantilado por un camino hecho por el hombre a base de piedras de forma irregular pero pulidas, con cuidado porque un traspiés nos pueda torcer un tobillo. Cada poco hay que darse la vuelta para admirar el panorama. Ya se ve una playita en la bahía, es muy resultona pero solo es accesible en barco. Es sólo una anécdota paisajística escondida entre el irregular tapiz verde, marrón y negro que cubre la roca vertical.
Está nublado, el sol no luce y la luz es muy homogénea, de ahí que los vibrantes colores que adornan estas paredes no resulten todo lo atractivas que podrían si hiciera un día soleado. Pero una vez arriba no importa el color ni el sol, y sientes la pequeñez de un hombre solo ante esta naturaleza salvaje. Un terreno abrupto que sólo suavizan las pequeñas bolas de pelo que esconden ovejas rechonchas que disfrutan de sus dominios. La hulmildad es eso, estar frente ante una mole que el hombre tardaría años en destruir utilizando las técnicas más avanzadas y que ha sido cincelada durante miles de años por el agua y el hielo. Eso impacta, pero todavía más que después esté la inmesidad oceánica…y más allá la península del Labrador, en Canadá.
Desde el último acceso apto para todos los públicos hay habilitado un recorrido de más de 16 kilómetros para empaparnos de la grandeza del acantilado de Slieve League. Eso sí, quien quiera continuar explorando el terreno debe estar en forma, y lo puede hacer a través de los senderos: «One Man’s Path» y «The Pilgrim Path». Mientras ascendemos por este último podemos evocar una leyenda que se cuenta por tierras del condado de Donegal y que retumba en la roca de Slieve League. Es la historia que nos transmitió Paddy Clarke, nuestro anfitrión en la zona, a quien describe perfectamente en su artículo mi compañero de viaje Sergi Tortell.
La historia, datada en la Edad Media, cuenta que un galeón español surcaba las costas de Donegal cuando uno de sus ilustres tripulantes se puso gravemente enfermo. Probablemente el escorbuto hizo mella en este aristócrata cuyo único deseo era morir en tierra firme. Seguramente, más por su posición social que por ser el deseo de un hombre moribundo, los marineros atracaron la embarcación en la pequeña playa de Slieve League. Postrado sobre la pedregosa arena que hacía las funciones de lecho de muerte, surgió de la penumbra la figura de lo que parecía un religioso que asió el cuerpo y le dio la extremaunción. Aspirando su última bocanada, el español cogió fuerzas y extrajo de una bolsa un puñado de monedas de oro con la que recompensó a aquél extraño hombre vestido con un manto y cuya cara esta oculta por un velo negro. Las gentes del lugar dicen que a 10 kilómetros de Slieve League, en un pueblo pesquero llamado Killybegs, se levanta una iglesia conocida como «Spanish Church», construida con el dinero de aquella bolsa. Yo no la puede ver.
Como esta leyenda, los senderos de Slieve League encierran misterios. En su admiración, el viajero no debe olvidar que pisa una montaña sagrada. Durante más de 1.000 años, estos mismos pasos los hizo una pregrinación cristiana, heredera de una tradición milenaria y surgida muchísimo antes de que incluso naciera el cristianismo. En un lugar así, sobran las leyendas como la del monje que viajó a Islandia o la del águila y el bebé. Pero son historias para escuchar de boca de Paddy, por lo que mejor que te las cuente él mismo antes de subir a Slieve League, y el rugido del mar te transporte.
Bendiciones.
Excelente artículo. Me encantaría visitar la región.
Saludos.
¡Qué preciosidad! Eso sí, tiene que hacer un rasca ahí… Y un aire que tiene que mover hasta el trípode.
Me das unas ganas de volver… Gracias por hacerme recordar mi tiempo en Irlanda 😉
Son paisajes que quitan el hipo, qué belleza tan salvaje.
La verdad es que, ahora que lo pienso, no sé si salvaje es el término adecuado. Es un lugar evocador, natural en estado puro, rudo y…sí, salvaje.
Un abrazo.
Parece el lugar ideal para sentarte unas horitas y olvidarte completamente del resto del mundo … Si no fuera por la lluvia, claro. Preciosas fotos.
Cuando estuve allí me contaron que una vez, no hace mucho, vieron un día el sol asomar por uno de los acantilados.
Un abrazo.
Qué apetecible viaje! con sus leyendas, su naturaleza salvaje, incluso su mal tiempo nublado…
Sí, todo hace un conjunto muy evocador.
Un abrazo.
Increíble, solo puedo decir eso!me han impactado estas fotos!son preciosas y me encanta saber que todavía existen lugares con este nivel de belleza
Y lo mejor de todo es que todavía se conservan vírgenes y con muy pocos turistas.
Un abrazo.