
El pasado fin de semana, el azar me llevó a una comunión. Quiero decir a una Primera Comunión, la que hacen los niños al cumplir los 9 o 10 años. Pues bien, el cura comenzó a hablar sobre Jesucristo, la Virgen y todas esas cosas del cristianismo que se le dicen a los críos pero sobre todo le sirven a los padres para justificar los regalos, la fiesta y el despiporre de ese día. A pesar de lo que mucha gente cree, la palabra «comunión» no significa «comerte una hostia consagrada» sino que tiene otras acepciones más interesantes. Precisamente, la acepción que más me interesa a mí fue en la hizo hincapié el párroco con el que me topé aquel día, la que habla de la unión en común. Es decir, el elemento que hace un grupo de personas se convierta en comunidad, que comparta el mismo nexo, la misma inquietud o el mismo fin. Una comunión: una reunión de personas alrededor de una idea. La misma que uno siente cuando ve a Bruce Springsteen.
El «boss» reúne comunidades en torno a él durante estos días por España y Portugal. Decenas de miles de almas que se entregan cada noche al rito del rock and roll. Enfrente su sumo sacerdote, Bruce Springsteen. El músico de New Jersey tiene una cualidad que pocos artistas poseen y que es la que lo hace grande, su entrega. En cada uno de sus conciertos, a pesar de ser una pulga en un pajar, sientes que cada vez que mira te observa a ti, que cada vez que grita «one, two….one, two, three, four…» te está agitando a ti, y que cuando susurra canciones con los ojos cerrados te está cantando directamente al oído.
El jueves, 20 de mayo, Lisboa se rindió a sus pies. Parada dentro de la gira The River Tour que recaló en el Rock in Rio. Aunque la duración del show fue más corta de lo habitual, dos horas y cuarta minutos frente a las más tres que suele tocar en cada concierto, y la realización en las pantallas fue nefasta, Springsteen hizo comunión con el público luso. Un ramillete de canciones clásicas, aderezadas con varios temas inéditos en la gira The River Tour que le ha llevado por 4 ciudades en la Península Ibérica (Barcelona, Euskadi, Lisboa y Madrid)
Con un «hola Lisboa, Portugal hola» y los arcodes de Badlands, la canción con la que está arrancando todos los conciertoscomenzó un concierto durante el que no hubo prácticamente ninguna pausa. La E Street Band iba toda de negro, y las referencias fueron constantes al guitarrista Steve Van Zandt, Little Stevie, y a la presencia junto a Springsteen de Jack Clemons, sobrino y sustituto del insustituible saxofonista Clarence «The Big Man», fallecido hace 5 años. Bruce, camiseta negra de manga corta, chaleco, foulard y la guitarra Fender Stratocaster de tercera mano colgada al cuello.
Springsteen pasó del obrero al novio romántico, del soldado luchando en Vietnam al adolescente soñador, del lujo de Manhattan a las refinerías de Jersey. Y todo con una sonrisa en los labios y los brazos en alto. No Surrender, My Love Will Not Let You Down y Cover Me cayeron una detrás de otra, sin tregua. La primera perla de la noche Darknes on the Edge of Town, la primera canción del repertorio inédita en la gira. Miles de móviles sustituyeron a los mecheros para iluminar el Parque de Belavista.
Con Hungry Heart se dió su primer baño de multitudes. Chocó manos, se hizo fotos, lanzó sonrisas…en fin, el elenco de explosión fan que Springsteen explota como nadie dentro y fuera del escenario. Abajo, junto al público aprovechó para coger dos carteles que los brazos de los seguidores encumbraban con dos canciones: The Promise Land y Growin Up. Justo después interpretó la canción sobre la tierra prometida que está incluida en su album de 1978 Darknes on the Edge of Town, demostrando, al menos a la chica que le cogió el cartel, que los sueños se cumplen.
Fue la única petición del público que interpretó aunque hubo concesiones para temas que no había cantado hasta ahora en la gira. Ahí estaban Downbound Train, I’m on Fire o la genial Johnny 99 de uno de los discos más importantes y sorprendentes por su profundida, Nebraska.

Omnipresentes los que estaban, Steven van Zant a la guitarra, Maz Weinberg, batería, Roy Bittan a los teclados, Nils Lofgren a la guitarra, Garry Tallent al bajo, Soozie Tyrell, acústica y Jake Clemons, saxo; y los que no, Clarence Clemons y Danny Federicci que se hicieron presentes a través de las pantallas gigantes en la canción Tenth Ave. Freeze Out, una de las joyas del Born To Run, del que además el público portugués pudo corear Thunder Road.
A pesar de que la gira lleva el nombre The River Tour, Springsteen sólo interpretó 3 canciones del doble album. Acompañado únicamente de la armónica y la acústica de Steve Van Zandt, The River sonó atronadora. Coreada por el público consiguió uno de los momentos álgidos de la noche. La historia de una pareja de quinceañeros, sin futuro, y con un embarazo no deseado traspasó a las más de 67.000 personas que alfombraban el Bela Vista e iluminaron la noche lisboeta.
Mientras los aviones camino del aeropuerto internacional acariciaban el escenario, Springsteen lanzó la artillería pesada: Because The Night, Born in the USA, Glory Days, Dancing in the Dark y, para finalizar, el Twist and Shout que popularizaron los Beatles. Un único bis, íntimo y caluroso, cerraba el concierto: This Hard Land.
27 canciones (en Donosti hizo 36) para una comunión perfecta, esa en la que nadie se cree más que nadie. Eso representa Springsteeen y la gente que lo sigue, lo sabe.